Un puerta inalcanzable para muchos, escondidas para otros; y las llaves esparcidas por el mundo en forma de tomos, cuales al fuego le saben bien.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Él y la soledad
Él y la soledad, aquella dupla que buscan juntos el pasado perdido; ella le muestra lo consumido y el delira pensando lo que fue. Los pensamientos desorbitados, al igual que los ojos, se posesionan sobre aquel muro macizo que levantó sin recordar el “porque” (Lo que ya no tiene importancia, ni siquiera un “porque”). No era la soledad un poema, era más otra Soledad. Él bien pedía que aquella locura fuese tangible, una porción de su ego, y dejando todo, siendo autista en su desquicio devoró la habitación en la que existía y dejó que la Soledad lo guiara al infinito, la exploración y su pasado. El tiempo se fugó y todo lo que fue, lo que es, se lo tragó en un suspiro. Los electrodomésticos y sus muebles se transformaron en los continentes de su vida, cuales, junto a fármacos y pedazos de la habitación, se concluyo aquella necesidad de comprender el destino. Su cabeza ya no tenía capacidad de discernir, las fábulas se mezclaban con el instituto, su madre o con su esposa. La pregunta rondaba por su cabeza, aquella pregunta que hace alguien cuando siente que su existencia se nubla y, en un acto de total fuera de sí, alzó sus manos al oscuro techo del lugar y pidió a por la Soledad. Entre el vacío mental, las adicciones y el pasado, la ínfima separación entre la realidad y el presente se veían afectadas. ¿Quién era él?, ¿Acaso un simple acto de solidaridad entre los seres que le daban la efímera existencia?
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